Contra el romanticismo ineficaz de los “especialistas”

Gabriel Conte
Gabriel Contehttps://gabrielconte.com.ar/
Soy Gabriel Conte, periodista. Fundé el diario Memo (memo.com.ar) en 2019. Creé y dirigí en los años ’90 la hoja de cultura El Comunero. Fui director de la revista Mendosat y durante 12 años trabajé como periodista, subdirector y luego director del portal MDZ, además de ser director de MDZ Radio. Mis primeros pasos en el periodismo los di en LV10 Radio de Cuyo. Mi programa «Tormenta de ideas» entrevistó a unos 30 mandatarios y expresidentes, premios Nobel y figuras destacadas del mundo, por Radio Nihuil. He colaborado con medios de Argentina y el extranjero.

A propósito del libro Violencia escolar, Observatorio de violencia cotidiana, de Elia Ana Bianchi Zizzias y Eliana Cristina Zizzias de Rosso.

Los conflictos son una parte central para el progreso de la humanidad. Unas veces negociados; otros violentos. De no haber sido así, jamás hubiésemos vivido un conflicto, si nunca hubieran aparecido las dudas y las preguntas, las disputas, los intereses contrapuestos, los diferentes puntos de vista, muy probablemente estaríamos en este momento colgados de una rama y rascándonos la panza. La historia demuestra –para aclarar este aspecto- que hasta nuestros tíos tatarabuelos, los monos, tienen inquietudes de progreso.

Pero muy diferente a todo esto es que vivamos sumergidos en una tormenta de violencias sin saber identificar cuál es el conflicto, cuál es la disputa y hacia dónde queremos llegar con esa violencia. Hasta los zombies que llenan pantallas y libros en este tiempo saben por qué se comen los cerebros de sus víctimas: porque están con la muerte suspendida y, si no lo hicieran, deberían volver a su condición natural: reposar bajo tierra hasta volver a ser barro, luego cenizas, luego nada.

Las violencias que nos atraviesan del mismo modo que lo hicieron primero los protones de las transmisiones de TV y ahora el enjambre electromagnético del wifi, esta vez parecen un sinsentido, promueven la autodestrucción y nos mantienen como «zombies tontos»: comemos cerebros pero ni siquiera sabemos por qué.

La conclusión está a la vista y los diagnósticos se multiplican. La reacción a cualquier estímulo es necesariamente violenta.

Ante ello y por no saber qué hacer (situación que debe ser la peor circunstancia de la humanidad y, posiblemente, la causa de su futura extensión) se comenzó a consultar a los que pusieron el tema bajo análisis en sus laboratorios.

Hay un sinnúmero de gente que surgió desde la opacidad de sus escritorios al estrellato de ser «especialistas». A alguien había que preguntarle y tantas preguntas generaron más búsqueda de respuesta, más observaciones y más conclusiones contundentes.

Lo que resultó es una constante «guerra» de fotos de un momento determinado, tendencias, corrientes enfrentadas: hizo su juego el ya mentado «conflicto» que es el sustrato de la humanidad como tal. Y el riesgo aquí es el del enamoramiento del que investiga el fenómeno de la violencia, con su objeto de estudio. Lo defiende, lo abraza, lo ofrece bajo condiciones especiales, lo alaba, lo mima, lo guarda, lo previene de cambios. Lo condena a un «eterno presente», pero pretérito al fin.

Lo que ocurre como consecuencia es que, cuando la violencia manifiesta sus picos extremos y los medios y la sociedad se movilizan para ver por qué pasó, quién es el culpable y cómo evitarlo «ahora sí» para adelante, los «especialistas» no se ponen de acuerdo. No hay recetas. Los caminos se abren, son fangosos o un verdadero guadal del que no se sale. Porque, por cierto, ¿a qué especialista que se enamora de los resultados de que «todo esté mal» le interesaría que «todo pase a estar bien» si perdería protagonismo y, lo que es peor, ingresos, empleo, en un mundo de trabajo zapping? A veces, hasta dan ganas de sospechar que los especialistas están dando recomendaciones equivocados para sostener el status quo y seguir, seguir. Pero como nada puede parar el progreso y el progreso es conflicto y ese conflicto, en este tiempo, es violencia descontrolada y sin sentido, los románticos e ineficaces «especialistas» también fracasan en su intento de sostener el status quo.

Contra eso va el libro «Observatorio de violencia cotidiana. Violencia escolar», que prepararon Elia Bianchi de Zizzias y Eliana Zizzias de Rosso. Caminan dos pasos hacia atrás de dónde están los «especialistas»: el caso, el suceso, el detonante y lo ofrecen a la discusión de todos, expertos o no, violentos o no.

Allí hay una serie de columnas que fueron publicadas previamente en la prensa y en las que miraron con interés, bronca, opinión, asco, susto y sorpresa, impotencia y todo lo contrario: ganas de cambiar, una serie de situaciones que nos exponen como sociedad propensa a resolver nuestros asuntos más estúpidos mediante el uso de la fuerza, la provocación y el repudio a flor de piel hacia el otro.

Las autoras, no nos dicen por qué: nos muestran el asunto en crudo. Nos desnudan delante de todos y, con ello, nos obligan a decidir qué pito tocamos en una problemática de la que siempre (siempre, hay que recalcarlo) la comunicación masiva culpa a otra persona, generalmente, a aquella que no puede hablar para defenderse ni para acusar.

Así, se ha elegido a los niños y adolescentes de las escuelas, por ejemplo, para responsabilizarlos de la «violencia escolar», cuando son, en realidad, el brazo ejecutor de un ataque a la convivencia pergeñado por adultos, directa o indirectamente, por acción u omisión y que, muchas veces, son sus propios padres: nosotros.

Un pibe no compra un arma para llevar a la escuela; lo hace un adulto que la deja a su alcance y, además de esa barbaridad, no lo aconseja al respecto o al revés: lo malaconseja con hechos o palabras.

Una chica no golpea a una compañera porque sí, porque «es cheta», porque «es linda». Lo hace, es cierto, pero es el brazo ejecutor de quien le instruyó en torno a que eso es una «solución» posible y legítima, cuando siendo una niña era, en realidad, una esponja que todo lo chupó de los adultos que la rodearon, presencialmente o a través de los mecanismos tecnológicos ya bastante demonizados, como la TV, el teléfono o Internet, como si actuaran por sí. Víctimas –los celulares y televisores y computadoras- igual que esos niños a los que violentamente les endilgamos la culpa de todas las violencias.

El libro de ambas Zizzias tiene una avenida principal que transitar y es un artículo que habla del Corredor del Oeste, la autopista que es una marca de asfalto, un camino de ida y vuelta, pero no solo literalmente hablando. Lo que la rodea y acompaña, deja pensando al lector. Y eso ya es un triunfo.

El afiche de la presentación

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