Tener libros a mano cuando se es niño —y, por supuesto, leerlos— cambia vidas. No es una metáfora, ni una frase de autoayuda, sino una verdad palpable: expande el repertorio de palabras, abre caminos y hasta permite defenderse sin necesidad de recurrir a los puños, ese recurso que suele aparecer cuando se acaban las palabras. Pero los libros no solo amplían el lenguaje, también educan, forman, invitan a descubrir, despiertan ilusiones y generan el deseo de contar historias, de recuperar las que se pierden con el tiempo.

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Pero más allá de la experiencia individual, el acceso a los libros puede representar una revolución para una comunidad entera. Cuando hay un espacio donde encontrarlos, una biblioteca bien ubicada y accesible, el impacto no solo es cultural, sino social. Y hay ejemplos concretos en el mundo que lo demuestran.

Uno de los casos más emblemáticos es Medellín, una ciudad que en las últimas décadas logró cambiar su imagen de miedo y violencia por una de innovación y esperanza. Entre las múltiples estrategias que se implementaron, una de las más efectivas fue la creación de los “parques biblioteca”, espacios de acceso libre que, con los libros como eje, ofrecen múltiples servicios a la comunidad. Allí, las palabras desplazaron a las balas. La educación y la cultura se convirtieron en herramientas reales para transformar la vida de los barrios.

Un fenómeno similar ocurre hoy en Barcelona, en el barrio de La Verneda. Allí, la Biblioteca Gabriel García Márquez —nombrada en honor al escritor colombiano, quien vivió en la ciudad entre 1967 y 1975— acaba de ser reconocida en el 88° Congreso Mundial de Bibliotecas e Información en Róterdam como la mejor biblioteca pública del mundo.

Y no es un título simbólico: hay razones concretas para semejante distinción.

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El «cajero automático» de libros.

Caminar por las calles arboladas de La Verneda es encontrarse con vecinos que alardean de su biblioteca. Y tienen motivos de sobra: no es solo un edificio, sino un centro neurálgico que ha cambiado el ánimo del barrio y su identidad.

Desde el exterior, la estructura de vidrio y madera impresiona. No es un monumento inalcanzable ni una construcción que intimida; al contrario, su diseño invita a entrar, a sentirse parte. Su arquitectura, además de moderna y sustentable (con certificación Gold LEED), respeta el entorno y se integra con la comunidad.

Pero lo más revolucionario sucede puertas adentro.

La Biblioteca Gabriel García Márquez se diferencia por su filosofía: nadie pregunta nada a quien entra. No hay formularios, ni requisitos previos. Los libros están al alcance de la mano en estanterías abiertas y pueden leerse en cualquier rincón, ya sea en sillas, sillones, bancos, almohadones o hasta en hamacas paraguayas.

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Hay luz natural y artificial en la medida justa. Hay silencio, pero sin rigidez, porque también hay niños explorando libros por diversión o haciendo tareas.

En la entrada, están disponibles todos los diarios y revistas impresos, de acceso libre. Y, aunque hay computadoras y tablets, en ese caso sí se requiere un trámite mínimo para usarlas.

La biblioteca también cuenta con un sistema de préstamo innovador: un “cajero automático de libros”, donde los lectores pueden retirar y devolver ejemplares sin depender de horarios ni de personal administrativo.

Todo está diseñado para que el acceso a la lectura sea simple, directo y libre de obstáculos.

Este modelo de biblioteca ha cambiado la dinámica del barrio y se ha convertido en un punto de referencia para Barcelona, Cataluña y España. No es un simple «barniz cultural», sino un servicio público funcional, vanguardista y profundamente transformador.

El reconocimiento internacional obtenido en Róterdam lo confirma: las bibliotecas pueden ser motores de cambio social, espacios de encuentro que fortalecen la comunidad y crean nuevas oportunidades.

Porque, al final, leer un libro puede ser el primer paso para escribir una nueva historia.

Recorrido por la biblioteca