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jueves, diciembre 4, 2025

Paz urbana, paz cercana: el Plan Canje de Armas de Mendoza y sus circunstancias

Un aporte documental preparado por Gabriel Conte sobre lo que fue el denominado «Canje de armas por mejores condiciones de vida» realizado en Mendoza en el año 2000 y que se imitó en argentina y el mundo.

“…una gran proporción de las transferencias ilícitas (de armas) comienza con armas que originalmente habían sido transferidas legalmente”.
Comité Internacional de la Cruz Roja

“La reducción creciente de la familia a un espacio contractual y la desposesión discreta de esa unión tranquilizante con los otros, que representan el vínculo de la filiación y la manifestación de la cadena de generaciones, contribuyen también poderosamente a gravar la sensación moderna de inseguridad.”
Jean Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon.

Las armas sirven para matar

¿Hace falta aclarar que las armas sirven para matar? Esta redundancia –me refiero a la de armas-matar- no está del todo claro en todos. Desde que planteamos el objetivo del gobierno de que no existan armas en la sociedad, muchas han sido las respuestas, las evasivas y aun las provocaciones.

“Las armas, sirven parar herir y no solamente para matar”. “Sirven para defenderse”. “Hay que guardarlas muy bien”. “Si la necesito, sé que la tengo a mano”. “No me quedaba otra, he tenido que comprarme un arma”. Un desconcertante coro aparecía en cada aparición nuestra justificando la muerte.

Y uno, que no le esquiva a los análisis, que a veces a abusa de la posibilidad gratuita de encontrarle el sentido a las cosas, pensó en la dictadura y su mensaje triunfal, pensó en todos estos años de democracia y cuál fue su mensaje más allá de los escándalos y las elecciones. Y nos sirve para reafirmar la idea de que estamos en el camino correcto: estos temas hay que plantearlos, discutirlos, debatirlos hasta el cansancio. “Todos tenemos fines que no podemos conseguir por nosotros mismos. Pero algunos de ellos los podemos alcanzar cooperando con otros que comparten fines similares”, escribió Robert Dahl en La democracia, una guía para los ciudadanos.

Lo cierto es que no hay vueltas que darle: las armas sirven para matar. Lo podemos decir así o recurriendo a la refranería popular: a las armas, las carga el diablo. Una sociedad armada es una sociedad dispuesta a matar. Tiene en su agenda la posibilidad de matar o morir. Terrible. Patético. Así somos. Pero no hay por qué aceptarlo. Somos una letra de tango. O el puñal de “El hombre de la esquina rosada” de Borges, cobrando vida para cobrarse muertes.

Todo el mundo se siente inseguro. Y parece que la única respuesta que se encuentra es que, entonces, haya más policías y más represión. Una solución lineal. Una “solución final”. Pero las inseguridades por las que los hombres y mujeres pasamos por estos días no tienen que ver exclusivamente con al posibilidad de ser víctimas de un delito. Es verdad, también, que la espectacularidad delictual y su mediatización aportan mucho a que esta sensación llegue, por ejemplo en Mendoza, al 90 por ciento de la gente, según lo indican las encuestas de victimización, cuando no noventa, sino siete de cada cien han sufrido en realidad algún delito violento.

La inseguridad pasa por no saber qué vamos a hacer mañana. Inseguridad es no tener horizonte a la vista y por lo tanto, correr el riesgo de naufragar sin más, como ya lo han hecho –y lo peor de todo es que hemos sido testigos presenciales de ello- nuestros amigos, vecinos y parientes. De allí la cita de Fitoussi y Rosanvillon, que resulta un análisis actual y que está lejos de los falsos embanderamientos reaccionarios con la nostalgia de la familia. ¿Hay una respuesta única y automática capaz de resolver la inestabilidad emocional, la inseguridad de vida y en algunos casos el desprecio por ella? ¿Desembocaremos irremediablemente en un nuevo fracaso como sociedad? Si despreciamos la vida, hasta el punto de tener un arma disponible para ser usada, ¿acaso amaremos la muerte?

La complejidad del tema no nos tiene que dejar perplejos. Hemos propuesto que nadie tenga armas. Y esto conduce a múltiples caminos: que apostemos a convivir, que miremos hacia nuestros lados, que renovemos la solidaridad, que reconstruyamos cadenas de confianzas con el vecino y hasta con quien vive en nuestra propia casa, que empecemos por decidirnos en contra de la esperanza de la muerte y a favor de una posibilidad de vida.

En definitiva, cuando se toca un tema tan sensible –el más sensible si los hay- se nos mueven todas las fibras. Queremos vivir. Pero queremos vivir bien. Y eso es bueno que así sea y es un buen objetivo para todos. Le podríamos echar todas las culpas a la televisión, después de todo, las tiene. Haríamos causa común con Giovanni Sartori en su Homo videns, con Bourdieu, en su Sobre la televisión,o en Román Gubern con su El eros electrónico.

Mi hijo dice que no es verdad, que las armas no matan. ¿Qué otra cosa puede opinar, si en su imaginario siguen haciendo –sutil e inocentemente- de las suyas, más allá de las bombas ACME, el Coyote y el Correcaminos? ¿O qué otra cosa más que como un espectáculo podría calificar la transmisión en vivo y en directo de una toma de rehenes, de un tiroteo o del rescate de un cuerpo tras un choque, descuartizado y rojo de sangre?.

Es que la televisión ha hecho de las suyas, pero no lo podría hacer sin nosotros. El círculo, sigue girando. ¿O los que transmiten las noticias que nos hacen sentirnos vulnerables no son sufren, también de esa inseguridad multifacética de la que venimos hablando, con la rara y privilegiada oportunidad de multiplicarla hasta el escándalo? Es Bourdieu el que dice que “nuestros presentadores de noticieros, nuestros moderadores de debates, nuestros comentaristas deportivos se han convertido, sin tener que esforzarse demasiado, en solapados directores espirituales, portavoces de una moral típicamente pequeñoburguesa, que dicen ´lo que hay que pensar´ de lo que ellos llaman ´los problemas de la sociedad´, la delincuencia en los barrios periféricos o la violencia en la escuela”.

La nuestra, al recordar que las armas son para matar, no es una postura valiente, testimonial, utópica y políticamente correcta. Es una acción. Y creemos que está bien que así lo sea. Una acción de gobierno, porque estamos en el gobierno. Pero una acción de la sociedad, porque es la sociedad la que, más allá de los comentarios ha sabido debatirlo. Y ahora lo hará con sus hijos, cuando ellos les cuenten el martes que van a llevar sus armas de juguete a la escuela, para destruirlas, fundirlas y verlas volver hechas macetas, libros, árboles.

El cambio de muerte por vida no es un milagro. Es una acción posible en este mundo. Así lo creemos.

Génesis y el debate

La puesta en marcha del Plan Canje de Armas por vales canjeables en comercios de barrio por alimentos básicos, nació como una propuesta destinada a establecer una fuerte posición oficial del Gobierno de Mendoza a favor de una sociedad sin armas. Y así se hizo.

De este modo, el debate y la implementación permitieron, además, fortalecer la idea de reforma del sistema de seguridad. El tener o no armas en la casa fue el eje de una discusión que se dio en la Legislatura, en los medios masivos y alternativos de comunicación, en los bares, en las cámaras comerciales, escuelas, centros religiosos y en la casa de gran parte de los mendocinos.

Y el debate se trasladó rápidamente al escenario nacional, en donde opinaron desde el presidente de la Nación hasta sus ministros, gobernadores y ministros de provincias y legisladores de los más diversos partidos. El 1 de febrero de 2000 el ministro de Justicia y Seguridad, Leopoldo Orquín lo señaló tan solo como una posibilidad en el transcurso de una reunión de la Comisión legislativa Bicameral de Seguridad e inmediatamente se instaló el debate público. Por cierto, quienes fogoneamos la idea fallamos en no lanzarla desde un principio como una propuesta integral y dudamos. Pero el paso del tiempo dio la razón y el plan fue un éxito bajo la coordinación del periodista Martín Appiolaza, quien dejó su puesto en el diario Los Andes para abocarse a toda una tarea de estudio, consenso y ejecución del tema, acompañado en la fundamentación legal por la abogada Paula Vetrugno. Hasta entonces, se desconocía la existencia de experiencias similares en otros lugares del mundo. Pero internet permitió llegar al caso de Panamá, relatada por el especialista norteamericano William Godnick, quien luego visitara Mendoza y se transformara en un entusiasta promotor del Plan mendocino y sus resultados.

En su informe preliminar, Martín Appiolaza indicó:

“En la Argentina tener armas fue durante muchos años algo habitual. El único trámite era comprarlas. No importaba si era para cazar, para divertirse, sentirse seguros o matar. La falta de legislación terminó complicó todavía más las cosas. Es que el Estado siempre
consideró el tema como algo menor. Durante años esas armas, pasaron de mano en mano o estuvieron guardadas en el fondo de un placard. Y pocos las quisieron registrar cuando empezaron los controles. O las destruyeron, se las quedaron o las vendieron por menos de lo que valen en el mercado negro.”

Unos días después del anuncio en Mendoza, el ministro y algunos de sus colaboradores lo propusimos en el seno del Consejo de Seguridad Interior, en una reunión realizada en la quinta presidencial de Olivos. En una mesa que compartimos con el gobernador Roberto Iglesias, el presidente De la Rua, los ministros de Justicia Ricardo Gil Lavedra y Federico Storani, el diputado de Mendoza Sergio Bruni y el subsecretario provincial de Seguridad Alejandro Salomón, junto al autor de este trabajo subsecretario de Relaciones con la Comunidad del gobierno provincial), incluyeron la propuesta de desarmar a la población como un objetivo de la Nación.

Ya en Mendoza, la tarea legislativa de debatirlo y aprobar una ley “posible” más allá de las buenas intenciones y aun a pesar de una legislación nacional abundante, pero contradictoria y llena de baches que sortear, fue dura. Hubieron varias visitas de los funcionarios a la Legislatura, diputados y senadores dudaron primero y luego apoyaron, y se chocó con la tenaz oposición del demócrata y ex funcionario de la dictadura Alberto Aguinaga, (que ocupaba una banca de diputado) y la dubitación transversal de muchos. Hasta el punto que en Senadores no hubo discusión y en Diputados la postura oficial del gobierno la fijó un opositor .

El Plan se hizo y se contó con una amplia participación social. La Argentina lo tomó como propio ante la primera Conferencia Internacional sobre el Tráfico Ilícito de Armas Pequeñas y Livianas realizada en Nueva York en 2001 y habló de él el ministro del interior, Ramón Mestre. Martín Appiolaza, coordinador del plan canje, asistió invitado como tal y como militante social.

El canje de armas de Mendoza, en tanto, dio origen a propuestas de cambio del sistema nacional de registración de armas, la creación de una Comisión de Desarme Ciudadano y la presentación de varios proyectos de ley de alcance nacional sobre el tema , además de una serie de nuevas leyes provinciales en Chaco, Salta, Santa Fe, La Pampa, Neuquén, Chubut, Buenos Aires y Capital Federal.

En diciembre de 2006, finalmente y tras la conformación de la Red Argentina para el Desarme, el Congreso de la Nación aprobó la ley por la que tanto bregó Mendoza.

La experiencia de Mendoza: Participación transversal

“Moraleja: decir que a las armas las carga el diablo significa delegar responsabilidades. Es una peligrosísima comodidad.” Rodolfo Braceli

¿Cuánto importa la reducción de la disponibilidad de las armas de fuego más comunes, las llamadas técnicamente como “pequeñas y livianas”, en la vida segura de las comunidades? Indudablemente, mucho. Sucede que su proliferación mata: las armas no sirven para otra cosa. Pero más allá de la psicosis colectiva por la inseguridad, su presencia en un hogar sirve para “resolver” de la peor manera posible cualquier tipo de conflicto o problema. De este modo, veremos que no representan solo una “herramienta” de ataque y defensa, sino que se transforman en potenciadoras de conflictos menores, en ejecutoras de “justicia por mano propia” y tal vez en algo que podríamos llamar “eutanasia social”: una sociedad que se suicida, ya sea literalmente frente a las frustraciones, opresiones, exclusiones, o simbólicamente, vale decir, cuando la sociedad –acorralada por una inseguridad real o virtual- empieza a disparar a todo lo que se mueve. Su objetivo primario de desarrollarse, vivir y generar y promover vida, se invierte. Si no hubiese un arma a mano, ¿cómo resolveríamos el conflicto? Si decidiéramos participar activamente en las políticas y decisiones que tienen que ver con la convivencia en nuestro espacio público, ¿necesitaríamos de armas de fuego?. Si se convocara desde el Estado o desde la comunidad a que se eliminen las armas, a que se controlen los depósitos oficiales, a que se actúe estrictamente con la venta legal, ¿quién alimentaría el mercado ilícito? Algunos de estos interrogantes han sido respondidos por experiencias que se vienen desarrollando en el mundo desde no hace más de diez años.

En general, las políticas o programas de seguridad en la Argentina no contemplan la solución de problemas de fondo, sino que se ocupan de responder a la demanda mediática puntual, coyuntural, de manera esquizofrénica.

No será nuestro caso analizarlo tampoco. Pero si abordaremos un fragmento de la problemática que llamaremos de la “convivencia urbana”, cada día más difícil, compleja y condicionada por factores externos a la comunidad en la que estamos insertos de manera inmediata.
Pretendemos demostrar o plantear varios ejes de debate a la vez:

• Si no participamos en las decisiones que inciden sobre nuestra vida y la de nuestras familias y vecinos, la situación no la resolverá otro.

• Si buscamos enterarnos de lo que pasa en nuestro barrio, escuela de nuestros hijos o en el club mirando televisión, estamos equivocando la ventana por la que hay que asomarse.

• Si el pánico nos gana y buscamos salvarnos solos, es posible que transformemos a nuestra casa en un bunker, a nuestro barrio en la escena de un crimen del que nunca pensamos ser parte, a nuestra vida en todo lo contrario: en muerte.

Con estos planteos –en los que deliberadamente dejamos fuera al rol del Estado, ya que estamos hablando de nuestro rol en la sociedad, más allá de las políticas o programas que se implementen desde el Estado- lo que se pretende es llamar la atención sobre el o los análisis, respuestas, comentarios que a diario debemos emitir casi obligadamente en torno a la tan mentada “inseguridad”.

La promoción del pánico de la que habla, por ejemplo, Michael Moore en su documental “Bowling for Columbine”, nos lleva a encerrarnos. La sociedad argentina ha tomado una decisión extra, no sin el aliento de medios de comunicación que, además, atienden por ventanillas de agencias que venden seguridad privadas, diarios que venden morbo o empresas que venden blindajes, rejas, alarmas y otros accesorios vinculados. Y esa decisión es armarse: 24 por ciento se incrementaron las registraciones de armas entre 2000 y 2004.

Queda claro que el arma de fuego sirve solamente para matar. No sirve para otra cosa.

Lejos de mejorarse la situación de seguridad y de convivencia, esto ha potenciado la violencia. Uno de cada 9 argentinos tiene un arma de fuego, legal o ilegalmente (no es necesario que sea ilegal para que mate o hiera). La cantidad de muertes por accidentes, de personas que resultan heridas por enfrentamiento entre bandas que comercian ilícitamente, en “gatillo fácil”, por balas perdidas, suicidios, en ataques para amedrentamiento, para detentar poder territorial, etc. lejos de disminuir, han aumentado.

La sensación de la sociedad y de sus referentes más destacados en la prensa, no ha cambiado, a pesar de la inmensa disponibilidad de armas. La seguridad no se ha conseguido y la convivencia resulta imposible dentro de las propias familias, en donde confluyen violencias de todo tipo: económicas, sociales, de género, institucionales.

Que la sociedad se armara, en definitiva, no sirvió para crear convivencia. Que se promoviera la punición extrema de los delitos, mucho menos, ya que el problema es que nadie atrapa a los autores de los delitos y por lo tanto no hay a quien aplicarle esas penas más duras. La Justicia no se reformó y la policía sigue siendo poco confiable.

La vida en sociedad, entonces, podemos decir, tiene ahora un problema extra: le dijeron que disfrutara de los años 90 y que en caso de problemas disparara su propia arma, en “legítima defensa”, “haciendo justicia” –ya que no hay otra, salvo en quien crea en divinidades- y sospechando del otro, dentro o fuera de la casa.

Dónde mueren los que mueren bajo las balas

Las antinomias de la historia argentina, los grupos armados y la represión de las distintas dictaduras militares que gobernaron este país, dejaron una fuerte impronta de violencia a las generaciones venideras.

La restauración del sistema democrático mediante elecciones libres en 1983 permitió un histórico juicio y condena a los militares de la última dictadura. Sin embargo, los principales responsables y aquellos que obedecieron ordenes fueron liberados de sus responsabilidades mediante indultos y leyes especiales realizadas primero por los primeros dos presidentes de la nueva democracia, Raúl Alfonsín y Carlos Menem.

Todavía existen deudas sobre la desarticulación del aparato represivo, mediante necesarias reformas al sistema de seguridad pública, tanto a nivel nacional como en ámbitos provinciales.

La ausencia de políticas de seguridad de mediano y largo plazo quedó en evidencia con el descalabro social originado por la política de concentración económica y exclusión social generada en la Argentina en los años 90.

Desempleo e inseguridad fueron la marca de esos tiempos, y aun la recuperación parece difícil.

No hay estudios publicados en el país sobre violencia y armas que abarquen la totalidad del territorio. Pero hay indicios de que la violencia social, hacia adentro de cada hogar, se potenció por la tenencia, descontrol y subestimación existente del poder de las armas de fuego.

De tal modo, el estudio realizado en la provincia de Mendoza por Espacios, dio cuenta que de 1.000 muertes producidas con armas de fuego en 10 años, el 90 por ciento se produjo entre personas que se conocían, eran familiares, amigos o comerciaban entre si .

Vale decir que fue peor encerrarse. Los problemas de adentro del ámbito familiar o del círculo de relaciones cercanas está también atravesado, condicionado y tal vez sitiado por nuevos conflictos y violencias que se han ido resolviendo, en definitiva, con la herramienta que estaba más cerca de su mano: un arma.

Sumada la situación social a la carencia de controles por parte del Estado, a priori la prensa -frente al debate nacional instalado en los últimos dos años sobre el problema de las armas y su incidencia en la inseguridad- ha señalado que existe una incapacidad estructural para controlar la circulación de armas.

De tal modo, debe señalarse que el RENAR (Registro Nacional de Armas) tiene en sus archivos registrados un total de 805.097 usuarios legales de unas 2.625.000 armas. Esas cifras se duplicarían si se sumaran las que se calcula existen ilegalmente o sin registrar.

Datos recientes dan cuenta de un incremento de 50 por ciento de los homicidios producidos en la provincia de Buenos Aires entre 2001 y 2002 . Cada tres horas se produjo un homicidio doloso en ese lapso en la zona señalada.

De modo contrastante, debe señalarse la evaluación formulada por el Ministerio de Justicia y Seguridad de Mendoza para el mismo período: entre 2001 y 2002 se redujeron en 18 por ciento los homicidios con armas de fuego . Ese índice es adjudicado a la eficacia de los programas de control de armas puestos en marcha allí.

Por qué desarmar es bueno para la salud

La violencia armada no es solamente un problema de aplicación de la ley, o un problema de seguridad. Esta forma de violencia ha generado principalmente una enorme crisis en la salud pública mundial. La violencia producida por armas pequeñas ocasiona un sufrimiento inmenso a amigos y familiares de centenas de millares de muertos y de más de un millón de heridos todos los años. Además de los efectos inmediatos, están las lesiones físicas y sicológicas permanentes, la destrucción de familias, la pérdida de productividad económica, el desperdicio de recursos muchas veces escasos de los servicios de salud que son factores difíciles de ser evaluados.

Para conocer la incidencia que estas pequeñas armas tienen en la salud, debe señalarse que en países con conflictos armados –y no hablamos solo de guerras, sino de fuertes enfrentamientos con armas-, la infraestructura de Salud Pública se vuelve desorganizada y los servicios prestados sufren con el exceso de demanda, que disminuye, por ejemplo, los stocks de sangre.

El costo económico del tratamiento de las víctimas y de la pérdida de productividad generada por la pérdida de la fuerza de trabajo, es extremamente alto. El costo de las muertes con armas de fuego totaliza el 14 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) de América Latina, 10 por ciento del PBI de Brasil y 25 por ciento del PBI de Colombia. En Canadá, estos costos son estimados en 6 billones de dólares por año .

Hemos dicho que las armas solamente sirven para matar. Tal fue el eslogan que inundó Mendoza entre 2000 y 2001 cuando hizo el plan que hemos estado anunciando antes y que todavía no desarrollamos íntegramente. Fue el primero en el mundo en realizarse como parte de una reforma del sistema de seguridad pública y de carácter preventivo. Los antecedentes existentes hasta entonces eran en sociedad post conflictos e involucraba la reinserción de ex combatientes, por ejemplo.

Para hacer frente a las consecuencias de convivencia, sanitarias, económicas y hasta políticas de la proliferación y disponibilidad de las armas de fuego y municiones, es necesario políticas-y ya no solo programas- de desarme y control integral de armas, con una fuerte organización y participación de la sociedad civil en lo que se refiere al control, la promoción y la ejecución. Esto, junto a un Estado que sea capaz de integrar agencias en función de un objetivo que no siempre es común a alguna de ellas. Y porque no hay nadie mejor que la propia sociedad civil para recibir la confianza de sus iguales.

Los programas de desarme buscan que nadie tenga armas en su casa. No importa si se es delincuente o no. Y, centralmente, tampoco se busca que el que delinque vaya altruistamente a entregar su arma. Sino que se propone:

• Quitar un problema de los hogares: tener un arma es tener un problema.

• Disminuir el volumen de transferencia de armas domésticas al mercado negro, algo que no está medido en la Argentina, pero que en Chile representa el origen del 90 por ciento de las armas decomisadas por Carabineros.

• Intervenir indirectamente en el mercado ilegal al ofrecer estímulos para que centros controlados oficialmente sean los que las reciban y luego destruyan, y no sectores grises, intermediarios que las reingresen a circuitos legales o directamente al mercado negro.

• Promover formas de construcción de la convivencia de carácter colectivo, y no individual, eliminando de la “agenda de vida” de la población la posibilidad de transformarse de un día para el otro en asesinos.

• Dejar al descubierto con mayor claridad, el campo en el que se mueven las trasferencias ilegales.

• Generar una cultura de la paz, integrando a la población a planes participativos de seguridad y a las escuelas.

Recapitulando: ¿Por qué desarmar?

• Hoy en día, las armas técnicamente llamadas “pequeñas y livianas” son “las verdaderas armas de destrucción masiva”, según ha dicho el Secretario General de la ONU, Kofi Annan.
• Según la organización Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear, todos los años cerca de 500 mil personas mueren en el mundo por causa de armas pequeñas usadas en conflictos, crímenes y otras formas de violencia. De ese total, 300 mil mueren en conflictos armados, y 200 mil son víctimas de homicidios, crímenes, suicidios y accidentes. En otras palabras, una persona muere cada minuto por causa de estas armas baratas y adquiribles a la vuelta de la esquina. La mayoría de las víctimas de la violencia es civil, y buena parte son mujeres y niños.
• “El uso de armas de fuego está fuera de todo control” , según han denunciado organizaciones internacionales de prestigio y la Argentina no está exenta de esa calificación.
• Las armas pequeñas son de fácil adquisición, sea de forma legal o ilegal, son fáciles de esconder, de usar y difíciles de controlar. Las consecuencias puede ser vistas todos los días en los diarios y en las noticias de la televisión. Hombres, mujeres y niños están en la línea de fuego cualquiera de nuestras ciudades. Adolescente y jóvenes son los que corren el mayor riesgo, pero los hombres aparecen más vulnerables que las mujeres. A nivel internacional, según el Instituto Superior de Estudios de Religión (ISER), en Río de Janeiro, en 1998, las armas de fuego mataron jóvenes con edades entre 15 y 19 años (este factor es mayor que todas las otras causas de muerte unidas).
• Reducir la cantidad de armas es el recurso más eficiente para disminuir la cantidad de muertos y heridos por la violencia social. El arma de fuego es uno de los principales instrumentos para la práctica de la violencia en los conflictos, así como en la represión gubernamental o en los crímenes.
• Las armas de fuego son mucho más un peligro que una protección, ya que aumentan el riesgo a los dueños de ser muertos y heridos, es así como generan una falsa sensación de seguridad. Comprada para el uso en autodefensa, un arma guardada en casa aumente el peligro para la familia: esas personas tendrán cuatro veces de resultar heridas accidentalmente, siete veces de ser usada en asaltos u homicidios y 11 veces en ser usada en tentativas de suicidios. Incluso los policías, que son entrenados para manejar armas, tienen riesgo de ser víctimas de sus propias pistolas. Un estudio publicado por el American Journal of Public Health (Estados Unidos, 1993) reveló que 20% de los policías baleados o muertos en los últimos 15 años en los Estados Unidos fueron víctimas de sus propias armas. Además, usar un arma de fuego para resistir un asalto, aumenta las chances del dueño de morir por un disparo.

Un dato que no debe quedar al margen es algo que ya hemos dicho: el desarme no debe ser un programa sino una política, o parte de ella. Es por eso que las armas recolectadas no deben ser recicladas, sino todas destruidas, al igual que las municiones. Ese hecho puede transformarse en si mismo en un evento promotor de la paz.
Varios países han generado corrientes artísticas con armas destruidas. De ese modo no solamente estimulan la cultura de la paz sino que, en muchos casos, intentan superar el trauma de conflictos extensos y destructivos.

En la Argentina, la fallecida escultora Eliana Molinelli, tras realizarse el Plan Canje de Armas de Mendoza, propuso crear una corriente artística trasndisciplinaria. Creó un monumento, varias esculturas con las armas destruidas y distribuyó restos a un centenar de los más grandes escultores y artistas plásticos del país, que están elaborando obras que se exhibirán en conjunto en 2005, en la primera semana de Julio, la “semana mundial del desarme”.

La experiencia argentina

Algo hemos venido diciendo en torno al plan de Mendoza.

Un canje de armas o programa de amnistía fue formalmente presentado a la legislatura provincial en Mendoza, en Febrero el 2000.

Las primeras reacciones fueron de carcajadas que después se convirtieron en un candente debate sobre si tal esquema desarmaría a los criminales. Los simpatizantes del tema en todos los tres principales partidos, Alianza, Justicialista y Demócrata, fueron más realistas y propusieron que tal esfuerzo se enfocaría más sobre el cambio de las actitudes y cultura locales en relación a los instrumentos de violencia.

Como es usual, el debate incluyó el punto de vista que la entrega voluntaria de armas “dejaría indefensos a los ciudadanos honestos contra criminales bien armados”. Sin embargo, a diferencia de muchas otras sociedades, el debate sobre el rol de las armas en la sociedad no fue estrictamente sobre las líneas partidarias; los partidos gobernantes Alianza y Justicialista estaban unánimemente de acuerdo para la recolección voluntaria de armas, mientras los Demócratas estaban divididos entre varios liderazgos en la misma legislatura bajo la misma bandera partidaria.

Aunque con amplio apoyo político en la provincia se llegó hasta el 9 de Agosto del 2000 en que se aprobó la Ley Provincial sobre Desarme 6809. Esta ley hizo lo siguiente:

• Hizo posible la entrega de armas legales e ilegales, explosivos y municiones a cambio de un beneficio en especie para el propósito de destrucción por un periodo de 180 días con la posibilidad de continuar con el proceso por 180 días adicionales.

• Creó dos líneas telefónicas abiertas para llamar sin costo, una bajo la Subsecretaría de Relaciones con la Comunidad del Ministerio de Justicia y Seguridad para suministrar información en relación al programa de entrega de armas y la otra bajo el control de la policía de investigaciones para denunciar la presencia y localización de armamento ilegal.

• Estableció el marco para desarrollar mecanismos de prevención para la entrada ilegal de armas de fuego, explosivos y municiones en el territorio provincial.

• Promovió el desarrollo de una estrategia para la mejor implementación y control del registro regional de armas de fuego y del intercambio comercial de armas de fuego.

Una vez establecido el marco legal, la tarea de planificar e implementar el esquema de recolección de armas fue colocado en manos del Ministerio de Justicia y Seguridad –específicamente de la Subsecretaria de Relaciones con la Comunidad.

El enfoque central fue el comunicacional multidireccional. Esto no solo ayudó a conceptualizar el reto de motivar a los ciudadanos de entregar las armas desde una perspectiva más sociológica, sino que los contactos con los medios aseguraron que el programa sería cubierto por los periódicos durante todas sus etapas. Hay autores que apuntan que la triangulación de apoyo del gobierno local, los ciudadanos y los medios es crítica para el éxito de programas diseñados para mejorar la seguridad comunitaria. En este punto estuvo el principal desafío del Estado, que era convencer a la ciudadanía de aceptar el programa y de participar.

Antes de continuar, los organizadores contactaron a docenas de ONG participantes en la emergente Red Internacional de Acción sobre Armas Pequeñas (IANSA) , incluyendo al movimiento de desarme brasileño de alto perfil conocido como Viva Río .

Además de apoyo moral y motivación, IANSA y Viva Río puso al gobierno de Mendoza en contacto con el Bufete de Ayuda para el Desarme Práctico en el Bonn International Center for Conversion (BICC) del cual recibieron consejo experto e intercambio sobre diferentes ideas y enfoques. El BICC ya había desarrollado una guía para una mejor práctica en recolección de armas y destrucción con versiones en inglés, español, francés, portugués y ruso que fue usada como un punto de referencia clave para desarrollar todo el esquema del programa .

Durante las etapas de planeamiento el programa de Mendoza no solo se benefició de otras experiencias en Estados Unidos y América Latina, sino también del abordaje pionero del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) “Armas para el Desarrollo” en Albania. Si bien pueden haber opiniones contendientes en cuanto a la efectividad y eficiencia del esfuerzo piloto de recolección de armas del PNUD en Gramsh, Albania, el concepto trajo la idea de promover la participación comunitaria en el desarme con la promesa del desarrollo de los bienes públicos e infraestructura de la comunidad. Como veremos más adelante en Mendoza se decidió desarrollar un programa híbrido combinando los beneficios materiales individuales del enfoque de “Bienes a cambio de armas” con incentivos colectivos para la comunidad.

Sus metas y objetivos

Las metas y objetivos del Plan Canje de Armas de Mendoza deben ser vistas en el contexto del acuerdo político multipartidario que hizo posible su implementación. Bajo este acuerdo se adoptó una nueva política pública de seguridad incluyendo reformas significativas del sector policial, incremento de la investigación y el procesamiento de las redes de crimen organizado y mejoras en el procedimiento de las patrullas en el Gran Mendoza. Puntos focales adicionales incluían la ampliación de los programas de resolución de conflictos vecinales y mediación, sistemas de vigilancia comunal y foros para asegurar la participación ciudadana directa en la política del sector seguridad.

El Plan Canje de Armas se dispuso a comunicar el mensaje de desarme a todos los niveles de la sociedad, a proveer consejería y subrayar sobre los múltiples peligros que entraña la posesión de armas de fuego.

Los objetivos específicos del programa eran:

• Elevar el precio de las armas de fuego en el mercado negro;
• Reducir el número de armas disponibles a los criminales;
• Prevenir mayor proliferación de armas de fuego;
• Reducir el número de muertes, accidentes y lesiones;
• Reforzar la relación entre armas y violencia;
• Incrementar la solidaridad comunitaria;
• Desarrollar programas complementarios para beneficiar la seguridad pública.

Campaña de educación pública

Con anterioridad, los organizadores del programa admitieron que no era probable que un esfuerzo de recolección voluntaria de armas llevara a la entrega de las mismas de parte de criminales y que la verdadera meta era influenciar un cambio en la cultura y las actitudes hacia el rol de las armas en la sociedad. En este contexto la campaña de educación pública se volvió igualmente importante como el programa de entrega de armas. A fin de hacerlo saber al público y motivarlo a participar en el Plan Canje de Armas se implementó una estrategia multimedia por el gobierno. Esta campaña de educación pública incluía:

• El establecimiento de un número 0-800 sin costo y anónimo donde la gente pudiera conseguir información sobre el Plan Canje de Armas;
• La cobertura constante de parte de los periódicos;
• Anuncios televisados que mostraban dos pistolas idénticas lado a lado frente a un niño a quien se le pedía que distinguiera la verdadera de la de juguete;
• La creación de un sitio web con todos los detalles del programa;
• La incorporación de organizaciones no gubernamentales, específicamente grupos vecinales y la Liga de Fútbol del Gran Mendoza, como extensionistas a nivel de la comunidad;
• Implementación de una campaña de entrega de juguetes violentos en las escuelas de primaria locales.

El componente más poderoso de la campaña de educación pública del gobierno fue la campaña de entrega de juguetes bélicos llevada a cambo en las escuelas primarias locales. Las acciones de entrega de juguetes violentos no son nada nuevo y han sido probadas en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. Sin embargo, lo que hizo algo original de esta experiencia era la forma en que se conectaba directamente en el venidero programa de canje de armas y en que los niños no sólo eran educados sobre los peligros de las armas, sino también usados como vehículos para influenciar a sus padres que podrían efectivamente tener armas de fuego en su casa.

Alrededor de unos 6.000 escolares entregaron más de 6.000 juguetes violentos y juegos a cambio de libros, plantas y arbustos en macetas. Escuelas de nueve departamentos (divisiones políticas similares a condados) participaron en la provincia de Mendoza.

Los psicólogos recomendaron no destruir los juguetes porque esto podía ser visto como un “acto violento”, y que mejor se derritieran los plásticos y se incorporaran en mosaicos o trabajos de arte a ser exhibidos en la escuela. En muchas escuelas, se actuaron dramas, se cantaron corales y lanzaron globos al cielo con mensajes contra la violencia. En un punto, en una escuela particular, toda la excitación llevó a un grupo de muchachos casi al enfrentamiento porque cada niño apoyaba un equipo de fútbol contra otro, Boca Juniors versus River Plate. Cuando el Director General de Escuelas (Ministro de Educación) se dio cuenta hizo que ambos grupos se pusieran frente a frente y se diesen la mano y abrazaran. Esto puede sonar trivial, hasta ridículo, pero aquellos que conocen la seriedad con que los fanáticos argentinos apoyan a sus equipos de fútbol verían alguna significación en este acto, por muy corto que sea su impacto.

En resumen que la campaña de entrega de juguetes violentos llegó a un amplio público que incluía 6.000 niños, sus maestros, padres y familias. Varios participantes en el programa de canje de armas que comenzó un mes después mencionaron la influencia de sus hijos en la decisión para entregarlas.

En conclusión, en dos etapas, el plan recolectó cerca de 3000 armas de fuego y más de 8 mil municiones. Todas, en estado de ser usadas. William Godnick, del Instituto Monterrey (EEUU) y de la Universidad de Bradford, emitió un informe en que concluyó que el plan mendocino redujo en 15 por ciento la circulación ilegal.

Ya hemos dicho al inicio que el plan disminuyó 18 por ciento las muertes por armas de fuego entre 2001 y 2002 y que cambió la actitud de los mendocinos hacia las armas de fuego y en torno a su utilidad como forma de garantizarse seguridad.

Sin embargo el plan se interrumpió con el cambio de gobierno en 2003, y estas son políticas que deben perdurar en el tiempo para poder evaluar fehacientemente su impacto.

¿Cómo evaluar?

De acuerdo con autores especializados en la materia como Richard Rosenfeld hay tres tipos de metas de programa a ser evaluados en relación a los programas de recompra o canje de armas:

1. metas inmediatas relacionadas con servicios de entrega,
2. metas intermedias tales como conciencia pública y
3. las metas finales del programa (ya enunciadas).

Otras opiniones citadas en un trabajo evaluatorio que de aquel plan, que hemos venido citando y que se llama “Transformando actitudes hacia las armas de fuego” indican que la toma de conciencia pública tendrá que medirse a través de una variedad de encuestas de opinión y grupos focales.

Un grupo multidisciplinario que incluya organizaciones comunales, funcionarios de policía y salud pública, deben estudiar las otras y más complejas metas de largo plazo.

“El éxito –dice el investigador estadounidense William Godnick- se mide por la vía del fortalecimiento de los lazos comunitarios, la movilización del apoyo para el liderazgo comunitario y llamar la atención hacia otras formas de control social capaz de reducir la violencia armada en vez de métodos tradicionales de control del crimen”.

En tanto, otros autores como Michael Romero y Garen Wintemute , en su estudio de un programa en Sacramento, California en 1993 concluyeron que los beneficios potenciales de un programa de recompra de armas son más fácilmente medibles en el nivel hogareño que en el comunitario.

Que nadie más muera por arma de fuego en Argentina

Hay quienes sostienen que no hay que sostener utopías, así como hubo quienes proclamaron que “la duda es una jactancia de los intelectuales”. Abundan los que reclaman más de lo mismo para que lo mismo no cambie, sino que se potencie. Trasladado a la violencia, víctimas utilizadas como líderes de último momento –en un país con escasa confianza en los liderazgos políticos- logran con reclamos de recetas de “mano dura”, intolerancia y armamentismo policial que la violencia se ensimisme y recicle.

Pero también hay experiencias concretas que permiten demostrar que se puede construir una convivencia comunitaria, apelando a la palabra como arma, a la organización como estrategia y a la vida como horizonte.

Es por esto último que la Argentina tiene una oportunidad de generar expectativas de la estura del deseo de que “nadie más muera por arma de fuego, ya sea por homicidio o suicidio”.

Esta salida, como casi todas, es una construcción necesariamente colectiva.

Es posible hoy observar y evaluar sobre la marcha el proceso que está viviendo Brasil con la implementación de un Estatuto de Desarme que plebiscitará en 2005 si se prohíbe o no la portación de armas, apelando a la máxima posibilidad de participación democrática para buscar salidas a las muertes por armas de fuego: el referéndum.

Es interesante trabajar en torno a un nuevo paradigma, el de “la paz urbana”, entendiendo por paz un concepto nuevo y más amplio que aquel que la definía como “ausencia de guerra”, y entendiéndolo como la posibilidad de desarrollo de la seguridad humana, más allá de los acotados conceptos de seguridad ciudadana, inseguridad, penalización o vigilancia.

Y entender, centralmente, que no es casualidad que resulte tan difícil poner en marcha un plan de desarme en la Argentina, algo que sólo ocurrió hace casi 5 años en Mendoza y que tantas veces como años han pasado ha sido propuesto a la Nación, sin éxito todavía, aunque con recientes expectativas abiertas.
La repercusión antes y después

La prensa local y la nacional tomaron caminos diferentes : en Mendoza fue primero cautelosa, luego crítica, después indiferente y finalmente apoyó al ver sus resultados.

“Idea brillante, o un parche para ir tirando”, se preguntó Ricardo Montacuto en Los Andes del 23 de febrero de 2000, en una columna de opinión que acompañó la noticia del envío del paquete de leyes de desarme a la Legislatura y la intención mendocina de tentar a la Nación. Mientras tanto, el diario UNO tituló una de sus notas editoriales –y huelgan los comentarios a partir de la contundencia del título- “Pistolas por fideos”. A nivel nacional, Clarín, el 9 de marzo del mismo año alertó desde un editorial sobre “El peligro del armamentismo civil” y advirtió:

“en nuestro país se avanza a nivel oficial, nacional y provincial, en la propuesta de planes de canje de armas como modelo de contribuir a la lucha contra el delito”.
Finalmente los análisis de la prensa fueron favorables al plan: se había demostrado que no era una idea utópica y que debatir temas polémicos es positivo, aun cuando se empiece perdiendo, como fue nuestro caso.

El 5 de diciembre de 2001, Clarín lo evaluó en una nota editorial como “exitoso”:

“El éxito de este programa obliga a que las autoridades de la Nación y de las restantes jurisdicciones estudien una rápida implementación de iniciativas similares, persuadiendo a toda la población de que la tenencia de armas es una fuente de inseguridad.”

La entrada Paz urbana, paz cercana: el Plan Canje de Armas de Mendoza y sus circunstancias se publicó primero en Gabriel Conte.

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