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jueves, diciembre 4, 2025

Mi encuentro con el Papa

Hemos hablado mucho del Papa. Lo leemos, conocemos su vida, su historia. Pero hay momentos que no se pueden conocer desde afuera, como el encuentro personal que tuve con él en el Vaticano. No suelo ponerme en el centro de las cosas, pero esta experiencia fue profundamente emotiva y transformadora.

Yo no soy una persona creyente, sin embargo, el Papa me invitó al Vaticano por mi trabajo en la Red Mundial de Lucha contra las Armas de Fuego, una organización que combate la violencia armada en todo el planeta. También lo hizo en reconocimiento a mi labor como periodista. Me invitó en un par de oportunidades, pero no es fácil reunir el dinero para llegar hasta Roma. Finalmente, con la ayuda de muchos amigos, lo logré.

Fue el 6 de agosto de 2014. Me hicieron esperar en la Puerta de Santa Ana, ubicada a la derecha de la Basílica de San Pedro. Tras varios controles, ingresé al Vaticano y participé de la audiencia general de los miércoles. Allí tuve mi primer acercamiento.

Le entregué un pin, un pequeño broche con una imagen de un arma tachada, símbolo de nuestra causa. Cuando me acerqué para colocárselo, los guardias de seguridad casi me reducen en el acto. Pero él lo tomó con calma, se lo colocó y sonrió. Luego, otros cardenales y obispos que estaban presentes me pidieron que les regalara más. Se mostraron realmente interesados.

Llevé también varias cartas. Una de Dante Picholi, cuyo hijo fue asesinado durante una discusión de tránsito. Otra de la familia Marcenac, padres de Alfredo, un joven que estudiaba medicina en Buenos Aires y fue asesinado por un hombre armado en plena calle Cabildo. Le mencioné a cada familia mientras le entregaba las cartas, y fue en ese momento que el Papa detuvo la rueda, me miró y dijo:
—»A ver, ¿qué más?»
Y me escuchó con atención. No podía leer en ese instante, pero su secretario tomaba todo lo que yo le entregaba.

Me conmovió que, al mencionar a los Marcenac, preguntara:
—»¿Cómo están los Marcenac? Yo los visité en Necochea.»
Y también:
—»¿Y los Picholi?»
Hablaba como si fuésemos vecinos que no se veían hace tiempo. Fue una sensación extraña, como de una vieja amistad. Esa cercanía suya, su calidez, me emocionaron profundamente.

Después de la audiencia, me quedé conversando con él un rato más. Estaba acompañado por un obispo alemán, que había sido secretario de Benedicto XVI. Esa noche, ya en mi hotel, recibí un mensaje del ceremoniero del Papa:
—»¿Está disponible mañana para desayunar con Su Santidad?»
Me temblaban las piernas. Les respondí que sí, aunque tenía un problema: hacía 40 grados y el único traje que tenía estaba destruido. Les pregunté si podía ir vestido de civil, con una chomba, jeans y zapatillas. Me dijeron que no había problema.

Al día siguiente, recorrí el Palacio Vaticano, un honor en sí mismo. Subimos a zonas altas, incluso sobre la Capilla Sixtina. Hablé con muchos de los secretarios, gente piola, muy amables. Era una época de mucha ebullición, de debates internos sobre el rol de la Iglesia en el mundo.

Cuando llegó el Papa, lo vi venir rengueando desde el fondo, con su sotana blanca. Me saludó:
—»Gabriel», dijo, como si ya me conociera.
Y agregó:
—»Mañana me voy a Corea, estoy con algunos detalles pendientes, no voy a poder sentarme a charlar con vos, pero he designado una comisión para que hable contigo.»

No tuvimos el desayuno como se había previsto, debo denunciarlo en tono de broma. Me pasaron a otra sala contigua donde, eso sí, habían dejado servido un desayuno intacto. En esa sala conversé con seis o siete personas del Vaticano sobre la lucha contra las armas de fuego. Me preguntaron qué hacía y qué necesitaba. Les pedí que el Papa asumiera públicamente esta lucha, en especial contra el uso doméstico de armas, como ocurre en Estados Unidos.

Y lo hizo. Meses después, recibí una carta del Secretario de Estado del Vaticano informándome que el desarme era ya una política de Estado para la Iglesia. Y cuando el Papa visitó el Congreso de los Estados Unidos, incluyó el tema en su discurso. Luego, otra carta me confirmó:
—»Cumplimos con la misión que nos encomendaste.»

Imaginá cómo me sentí. Nuestra red estaba conformada por 2.000 organizaciones en todo el planeta, y el Papa había asumido la causa.

Por eso, en la nota que escribí en Memo, conté cómo el Papa abrazaba todas las luchas que le acercaban. Lo hacía para abrir espacios, para recuperar a la gente que se había alejado de la Iglesia tras los escándalos. Lo hacía con una fe activa, con un compromiso profundo.

De toda mi vasta experiencia, esa charla con el Papa, la recorrida por el Vaticano, los contactos, todo… fue, sin dudas, uno de los momentos más significativos de mi vida.

La entrada Mi encuentro con el Papa se publicó primero en Gabriel Conte.

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