Hoy me toca reflexionar con alegría, no con tristeza, sobre la partida de Leopoldo Orquín. Lo conocí de cerca, tuve un gran afecto por él y una relación personal muy fuerte. Por eso, aunque es difícil despedirlo, prefiero recordarlo como lo que era: una persona íntegra, con sentido del humor, llena de anécdotas, sabiduría y un compromiso inquebrantable con Mendoza.
Vivimos tiempos en los que la política nos avergüenza con demasiada frecuencia. Dirigentes que meten la pata, que no saben qué hacer, que se convierten en oportunistas del poder. Sin embargo, Mendoza ha tenido también políticos valiosos, y es importante reconocerlo. No por una cuestión de nostalgia, sino porque la memoria es lo que nos permite entender quiénes fueron realmente los hombres de Estado y quiénes simplemente estuvieron de paso.
Un político que no dejó nada por hacer
Orquín hizo lo que tenía que hacer. Gobernó, dirigió, tomó decisiones difíciles y fue un amigo leal, un esposo dedicado, un padre presente. Ayer, cuando lo despedían, la frase que más se repitió fue: «Se fue una gran persona». Y ahí radica su verdadera dimensión.
Hay pocos hombres de Estado en la historia de Mendoza. Muchos han sido improvisados, otros simples figuras de ocasión con buena suerte. Orquín, en cambio, tenía visión, convicciones y carácter.
Una historia personal
Hace 42 años, cuando Orquín era intendente de Guaymallén, un chico de 14 años golpeó la puerta de su despacho. Decía representar a la comisión de exalumnos de la escuela José Cartellone de El Bermejo y exigía la construcción de un nuevo edificio, porque el anterior estaba en ruinas.
No era común que un pibe de 14 años interrumpiera la agenda de un intendente. Pero Orquín, lejos de desentenderse, lo escuchó, lo recibió con una sonrisa y le dijo que iba a hacer algo al respecto.
Años después, como senador, logró que se construyera la nueva escuela Cartellone en la calle Avellaneda. Ese chico de 14 años, que se había tomado el micro 5 desde el barrio Policial hasta Villanueva, con el tiempo se convirtió en candidato a intendente y luego en su colaborador.
Ese chico era yo.
Y así era Leopoldo Orquín. Un político que escuchaba, que actuaba y que cumplía su palabra.
El legado que deja
Orquín enfrentó a la mafia policial y reformó la justicia para que trabajara de verdad. Luchó por la seguridad en los momentos más críticos del país. En 2001, cuando todo se derrumbaba, fue él quien garantizó la democracia en Mendoza. Permitió la protesta social, pero no los abusos. Y cuando el gobierno de la Nación declaró el estado de sitio, fue él quien dijo: “Mendoza no adhiere”.
Lo hizo porque creía en la república. Lo hizo porque entendía que la política debe estar al servicio de la gente y no al servicio de sí misma.
Hoy despedimos a Leopoldo Orquín, un hombre de Estado, un político íntegro y, sobre todo, una gran persona. Su ejemplo queda. Y en tiempos donde la política se llena de oportunistas, su legado es más importante que nunca.
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