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jueves, diciembre 4, 2025

La política entre símbolos y concreciones

Llegaron los minutos para la reflexión. Una cuestión básica se impone: estamos ante una lucha entre lo simbólico y lo concreto. Entre quienes enarbolan banderas de alto contenido moral o ideológico —pensando que eso transforma la realidad— y quienes esperan que el progreso se sienta en el cuerpo, en la piel, en la vida cotidiana.

Desde el progresismo, durante años, se habló del deber ser: de cómo deberíamos tratarnos, de lo políticamente correcto. Pero esos discursos —aunque necesarios para algunas discusiones— no lograron mejorar las condiciones materiales de existencia. Tuvimos gobiernos «progres» en las formas, pero poco efectivos en la realidad del progreso humano. ¿Estamos hoy mejor gracias a esas gestiones? No parece.

El actual gobierno también juega en el plano simbólico. La idea de libertad, tan repetida, tan inflada, termina siendo un concepto doctrinario, teórico, difícil de aterrizar en la vida real. ¿Somos más libres? ¿Pagamos menos? ¿Vivimos mejor? Por ahora, las respuestas son mayoritariamente negativas.

La disputa sigue siendo simbólica. Y como dijimos hoy más temprano: gobernar no es soplar y hacer botellas. Muchos que llegan al poder sin experiencia política creen que pueden imponer su visión sin negociar. Pero gobernar implica conversar, consensuar, ceder. No destruir al otro, sino encontrar un punto medio, un equilibrio. Tirar de la cuerda, sí, pero sin romperla.

Así funcionó la democracia en sus comienzos. En 1983, se condenó lo que había que condenar y se abrió el diálogo. Había voluntad de reconstrucción. Hoy, la política parece sola, sin espacio para los acuerdos. Tiramos de la cuerda hasta romperla, o nos quedamos estancados, atrapados en un barro que no nos deja avanzar.

Y en medio de este barro, nos olvidamos de cosas importantes. ¿Alguien recuerda el famoso Pacto de Mayo? Ese que se firmó en julio, en Tucumán, con fotos históricas y discursos esperanzadores. Diez puntos —luego modificados— que apuntaban a una reforma previsional, una laboral moderna, una explotación racional de los recursos naturales, una nueva coparticipación federal. ¿Dónde están esos puntos? ¿Quién los menciona hoy?

Hace semanas que sólo hablamos del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, una herramienta financiera, no una política de fondo. El Pacto de Mayo era, o debía ser, una política de fondo. Un compromiso entre Nación y provincias de distintos colores políticos. Pero la agenda mediática y la ansiedad electoral nos borran la memoria día a día.

Necesitamos recordarles a quienes gobiernan que las banderas que levantan no son descartables. Que no se puede ilusionar en cuotas a una ciudadanía que ya está harta de la frustración. Porque si seguimos por este camino, la gente le va a dar la espalda a toda la política. Y sin política, no hay democracia.

Por eso, el mensaje es claro: cumplamos con lo prometido. No exageren las peleas por candidaturas ni distraigan a la sociedad con fuegos artificiales. Porque la verdadera transformación —la que se siente en la calle, en el bolsillo, en la vida— no se construye con símbolos vacíos, sino con acciones concretas y acuerdos sostenibles.

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