En un recorrido por las calles de Mendoza, el historiador argentino Luis Alberto Romero brindó una entrevista sin concesiones en la que reflexionó sobre la historia reciente del país, el rol de la corrupción como elemento estructural del poder, y los desafíos persistentes de reconstruir un Estado de Derecho en una sociedad que, según él, ha naturalizado el saqueo.
Romero, invitado especial en la provincia por una serie de charlas y actividades académicas, no esquivó temas sensibles. Con su característico tono pausado y analítico, recordó su vinculación en 2015 con la Cámara Argentina de la Construcción, cuando —según relata— fue convocado para “limpiar” la imagen de un sector golpeado por las denuncias de corrupción. Allí conoció de cerca figuras como Carlos Wagner, señalado como coordinador del entramado de empresas beneficiadas durante la era kirchnerista.
“El negocio no era solo con las grandes constructoras tradicionales, sino que se creaban empresas nuevas que se enriquecían de un día para otro. Era un gobierno que organizó su gestión política para saquear”, dijo Romero. Y diferenció esa etapa del histórico «capitalismo de amigos», como el representado por figuras como Emilio Civit, ministro de Obras Públicas en los años ’50, quien —pese a haber cometido irregularidades— terminó siendo considerado un “héroe provincial”.
Romero subrayó que lo que distingue al modelo más reciente fue su carácter sistemático y estatal: “No era una empresa que coimeaba, era el Estado el que diseñaba cómo se iba a robar”.
Consultado sobre la figura de Mauricio Macri, Romero evitó comparaciones directas con otros presidentes, aunque consideró que su proyecto, si tuviera éxito, sería “más modesto pero más difícil”: reconstruir el Estado de Derecho en un país “desquiciado”.
“Tenemos una idea muy pobre de la ley. La usamos, la doblamos, la cambiamos según nos conviene”, afirmó. Y recordó el caso del fallo del 2×1 a represores de la dictadura como un ejemplo de la debilidad institucional: “La Corte aplicó la ley, pero la reacción social fue tan fuerte que el Congreso la modificó enseguida. Así no se construye seguridad jurídica”.
En esa línea, Romero compartió una reflexión del ex candidato colombiano Sergio Fajardo que lo marcó: “La gente acepta que robemos, pero que hagamos”. Una lógica perversa, según el historiador, que explica por qué se perpetúan redes de corrupción que no solo no escandalizan, sino que a veces hasta son premiadas.
Sobre los momentos de mayor esplendor argentino, Romero identificó dos etapas: la segunda mitad de los años ‘60 y el regreso democrático en 1983. La primera como una “ilusión colectiva” de cambio social profundo; la segunda, como el “florecer de una democracia” que todavía hoy representa una esperanza.
Aunque con la cautela del historiador que conoce el desenlace de cada ciclo, advirtió: “Lo malo de las buenas épocas es que terminan mal”.
Romero también reivindicó los años del presidente Marcelo T. de Alvear como un oasis de estabilidad y progreso, en lo que definió como “los años dorados” de la Argentina, antes de la crisis del 30 y el inicio de una inestabilidad institucional crónica.
El diálogo con Romero, informal pero cargado de sustancia, dejó al descubierto una mirada cruda sobre las fallas estructurales del país, y la sensación de que la historia, lejos de ser un relato cerrado, sigue escribiéndose cada día con las decisiones que tomamos como sociedad.
“Siempre estamos tratando de reconstruir el Estado de Derecho”, resumió. Tal vez esa sea, en definitiva, nuestra verdadera historia cíclica.
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