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jueves, diciembre 4, 2025

La agitación política intencional y las sombras de un pasado queriendo volver

Lo que pasa en el país es, una vez más, como en otras oportunidades, una mezcla de impericias del que gobierna con ambición desmedida por controlar el poder desde la oposición. Ya pasó: los que perdieron elecciones llegaron a la presidencia corriendo, violencia mediante, a los que había ganado democráticamente, Cada cual tiene su culpa y su responsabilidad.

Una vieja maña de la política en la Argentina, que debe tener aplaudidores, porque, de hecho, sigue vigente, es la de ganar el poder a como dé lugar y no solo el elecciones libres y democráticas.

La dirigencia se puede llenar la boca alegando las ventajas de la institucionalidad pero parece importarle un rábano a la hora en que se mira en el espejo y se autoconvence de que todo lo que tiene el Estado para darle, es mucho mayor que cualquier nivel de responsabilidad republicana.

La agitación, desestabilización, aliento a que quien ganó renuncie y deje el lugar vacante es una constante en la historia.

El hecho de que haya grupos que se creen iluminados y que «deben» estar al frente de la administración de los recursos del Estado, también.

Sumado a ello, la impericia de gobernantes, muchas veces montados en la soberbia, pareciera siempre la excusa que les da cabida a los agitadores en su contra, por más que no sea un argumento suficiente para demoler lo que las leyes y la Constitución han establecido.

Ese clima es el que se está generando, a fuerza de piedras, discursos y violencia, sumado a acciones más bizarras, como que portales de curiosidades, como sucedió en Mendoza, difundan a pitonisas y adivinas escupiendo adivinanzas en torno a un presunto final abrupto del mandato del gobierno nacional, no son otra cosa que lo que surge del tutorial histórico de los que creen que el poder les pertenece y no permitan que nadie más lo ejerza, menos aun cuando se rompen las cajas de recaudación y latrocinio que los ha alimentado alguna vez.

Fue Cristina Kirchner, desde su cómoda prisión domiciliaria, quien coronó la generación de un clima destituyente argumentando que «esto se parece al 2001». Ya en aquellos años ella misma fue una de las que emplazó al entonces presidente Fernando de la Rúa a dejar la presidencia.

El peronismo había llevado a Eduardo Duhalde de candidato tras los años de Menem que la sociedad quería cambiar. Perdió en las urnas. Ganó lo contrario.

Hubo impericia de los gobernantes, pero también una insoportable negación a la derrota de parte de los que perdieron en el juego democrático. Una vez que lograron que De la Rúa renunciara, Duhalde, el perdedor, fue puesto como presidente. 

Ahí hay una sola de las pruebas de cómo se agrandan o disimulan las cosas, con tal de hacerse de la manija de todas las cosas. Las consecuencias ya las conocemos, pero puede que haya mucha gente que prefiera la inestabilidad permanente, la incertidumbre constante, el caos e, inclusive, el robo desde el poder, naturalizándolo.

De allí que la agitación que se vive no debe ser considerada espontánea ni insurgente, sino organizada. ¿Lo desconocen los inquilinos de la Casa Rosada que persisten en sus torpezas y en el calcado de actitudes que los argentinos ya no querían que siguieran sucediendo?

No hay alternativa: hay que cambiar el modelo de gestionar, de comunicarse con la gente y de gobernar, para que sea limpio y sin sospechas y para dejar al pasado arrinconado en la historia, para que no vuelva con sus sombras a nublarlo todo una vez más.

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