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jueves, diciembre 4, 2025

Esa casa

Cuento de la serie «Fantasmas mendocinos»

Un hombre con su bolsa de las compras que entraba y salía, a la distancia, hasta que nunca más nadie lo vio. La casa que se agotó y cayó. Y la revelación de sus familiares, que desconcertó a todo un vecindario, en Villa Hipódromo.

“Don Juan”, “El viejo”, “El tano”, “Cacciaguerra” son algunos de los apelativos con los que los vecinos de la populosa barriada de Villa Hipódromo acostumbró, a lo largo de los años, mencionaron al solitario habitante de la casa vieja y abandonada, ubicada al fondo de lo que alguna vez fue un jardín, pero que todos recuerdan como un campo seco y estéril.

Hasta 2007 todos lo vieron alguna vez, pero nadie puede recordar haber hablado o intercambiado algún saludo con él. Todos los vecinos, hasta ese año en que la casa, de un día para el otro se desplomó, lo vieron. “¡Siempre igual!”, se dan cuenta ahora, cuando alguien les pregunta por él.

Solo, perceptible a la distancia como muy entrado en años, vestido de chaqueta negra y, por cierto, todo de negro, la mayoría de los vecinos apunta un detalle: la bolsa que portaba en las escasas ocasiones en que entraba o salía de la casa.

Se trataba de un entretejido confeccionado artesanalmente con los viejos sachets de leche marca “Valle Uco”. Estirados verticalmente los envases plásticos, pasaban –hace añares- por las manos de alguna ama de casa y se transformaba, nudo tras nudo, en una bolsa-para-hacer-las-compras. No servía para otra cosa y las artesanas lo exhibían con cierto orgullo de recicladota, al cruzarse en las calles de cualquier barrio mendocino.

La cuestión es que “Don Juan” –así optaremos por llamarle- desapareció junto con la casa. No bien amaneció por el suelo cual puré de adobes, la gente llamó a bomberos, policías y médicos, al temer que el hombre hubiese quedado atrapado allí. Pero no. Todo indica que, si estaba, terminó siendo parte de aquel puré.

Meses después (algunos vecinos dicen que “justo un mes”, taxativamente; otros aseguran que pasó “mucho más tiempo”) llegó un grupo de gente: dos adultos, un adolescente y un bebé. Miraron el terreno y ordenaron a un grupo de obreros una serie de movimientos, dando inicio a una limpieza definitiva del terreno. Ese día, lo predispusieron para iniciar una construcción, que nunca empezó.

Fue ese día cuando más de una vecina se tapó la boca, con fuerza, y agrandó los ojos, desorbitándolos. Los decididos visitantes eran parientes de Don Juan, de Juan Cacciaguerra, para ser precisos.

Pero rieron a gritos cuando recibieron reproches por el abandono del anciano y reclamos por el destino del habitante de la casa que se cansó de tenerlo adentro: “Nuestro abuelo era un viejo cascarrabias, pero buena gente, ¿no?”, preguntaron. La sorpresa vino junto con la siguiente información: “Siempre vamos al cementerio de Río Cuarto, en donde lo enterramos cuando falleció, en 1988. Siempre nos contó de esta casa, en donde había muerto la abuela, en el ´86. Apenas se quedó sólo, se mudó con nosotros, pero no aguantó. Se quería volver todos los días”.

La entrada Esa casa se publicó primero en Gabriel Conte.

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