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jueves, diciembre 4, 2025

El mesianismo como error estratégico y la pasión argentina de perdonarles todo a los «malos»

El gobierno nacional está enredado en su propia trama mística de querer convertir a los que eran aliados, a su credo, cuando lo que tenía que hacer es construir alianzas prácticas por programas. Los poderosos extrañan el caos, del que siempre salen bien parados. Y nadie nunca jamás analiza en forma crítica a la oposición cuando se desiluciona del oficialismo.

Hay una costumbre argentina que no evoluciona ni cambia, a pesar de las lecciones que deberían haberse aprendido a lo largo de la historia: se califica al Gobierno, pero no a la oposición.

De tal manera, está latente la idea errónea de que si un gobierno defrauda o no satisface, cualquiera que está en la oposición podría ser mejor en el lugar de quien gobierna. Se piensa nada menos que el manejo de los destinos de un país como un juego de premios y castigos: no me gustás, te saco poniendo a tu peor enemigo.

Los resultados de esta práctica no han sido buenos para el grueso de los argentinos, salvo para algunos.

De igual modo ha resultados siempre la inestabilidad generada para desplazar a los gobiernos, ya que luego de que, como en el caso del 2001, mucha gente quedara fuera de su clase social o golpeada para siempre con familias rotas por la emigración, o personas pobres a las que se les garantizó no salir de allí en las futuras generaciones, sumándoles nuevos «habitantes» de esa condición con el desclasamiento de sectores medios, los que provocaron y manejaron la crisis siguieron igual de bien o mejor, inclusive.

Está en sectores poderosos la idea de que cada tanto, provocar un caos, «conviene». Esa teoría -aunque parezca desgarradora y hollywoodesca- existe entre factores de poder que siempre encuentran dentro del mundo político materia dispuesta para ser instrumentos de su provocación. El caos cambia al gobierno, empeora las condiciones generales, baja el nivel de demanda social, elimina los horizontes y, por lo tanto, cualquiera que suba «viene bien». A ese no se le reclamará lo mismo que al que «bajaron» y se le perdonarán los errores.

En la Argentina ya ha pasado que quien perdió las elecciones asumió la presidencia. Pero no lo hemos hablado lo suficiente, ya que se le pone el peor peso de la carga de las culpas al derrotado y no asumimos la gravedad del hecho en su real dimensión. Fernando de la Rúa le ganó a Eduardo Duhalde en elecciones limpias y libres, por caso. Volteado De la Rúa, el Congreso eligió a Duhalde como presidente interino. Sobre las ruinas del caos generado, se lo rodeó de misticismo épico. Pero a la película hay que verla completa.

¿Hay una oposición mejor preparada que el Gobierno para sucederlo y/o, eventualmente, suplantarlo en el ejercicio del poder? La pregunta está planteada desde el punto de vista de los programas de gobierno, las personas hábiles para le gestión pública y el modelo económico que aplicarían, tanto como desde las calidades que uno y otro impondría al sistema democrático.

Una primera respuesta es que lo que hay disponible en las góndolas de la oposición ya lo probamos.

El problema de fondo del gobierno de Milei

El gobierno de Javier Milei está centrado en un plan económico que representa un cambio de régimen. Es el propio presidente quien parece poner en práctica una tesis personal sobre el tema y que los ortodoxos no comparten ni apoyan, y mucho menos aprueban los heterodoxos opositores.

En lo político en la gestión del día a día del Estado, a falta de equipos propios echaron mano a los que se les fue arrimando. La condición definitoria ha sido el fanatismo hacia el presidente. Y la Argentina esta llena de este tipo de chantas que un día son una cosa y al siguiente, partidarios de todo lo contrario. Se nos da muy bien eso. Y sucedió.

Así, no solo los organismos públicos se llenaron de camaleónicos peronistas de diversos orígenes que se pusieron la peluca, acallaron «la marchita» y se volvieron más mileístas que Milei. Desde el Clan Menem hasta la más reciente decisión: para calmar la demanda de que corrieran a uno de ellos, pusieron a Pilar Ramírez, antigua acólita del kirchnerismo como militante de La Cámpora. Unos reemplazan a los otros. Y si bien se puede aceptar que «las personas cambian» y que «nadie nace, crece y se mantiene con una misma idea», lo sucedido parece el libreto de una tragicomedia de enredos: o no saben gobernar o le están haciendo zancadillas desde adentro al Presidente.

El mesianismo

El componente más «sano» de la amplia base ideológica con la que llegó al gobierno Milei fue el liberalismo. Se pueden no compartir sus principios, postulados y recetas, pero es clara y está a la vista su manual. Con él, llegaron los camaleones, los religiosos, los conservadores, los que interpretaron de mil maneras el término «libertario» y especimenes marginales de toda índole que coparon medios alternativos de comunicación sin responsabilidad ni chequeo, como las redes sociales.

Desde el sector liberal global se le advirtió al nuevo gobierno que tenía que tomar decisiones integrales y no solo económicas y, sobre todo, que el término «libertad» debería practicarse en los hechos y no solo ser un «grito de guerra».

Son ellos los que ahora, en voz baja (porque no quieren dañar más al gobierno), pero cada vez más fuerte, están advirtiendo que el mesianismo no hace bien.

Ni Dios ayuda, ni hay «Fuerzas del Cielo»: es política, son decisiones de fondo que tomar, son negociaciones a la luz de día que llevar adelante y se trata de tener una agenda para impulsar un cambio normalizador de la eterna «emergencia» en la que se somete al país para no tener que cumplir con ninguna norma.

Allí radica, según la visión del sector que se ve como el más cuerdo de la alianza básica que dio origen a La Libertad Avanza (LLA), gran parte de la autoemboscada del Gobierno, que cree que todos deben arrodillarse ante él y que quienes los apoyan se tienen que «teñir de violeta», en lugar de construir acuerdos programáticos, temporarios, sostenibles, trackeables.

El Gobierno empezó teniendo el respaldo de varios gobernadores que ponían a los senadores de sus provincias a disposición. Y el mesianismo le hizo pensar a Milei y alrededores que tenían que convertirse en sus apóstoles, una exigencia extrema que surge más desde un pensamiento mágico que desde la lógica práctica y política de tener que llevar a un buen término un plan, tal la misión encomendada a Milei y su «equipo».

Lógicamente, como se les prometió a los mandatarios vida eterna después de la muerte, como sucede con los planteos extremadamente místicos, estos -avalados rotundamente por sus votantes- eligieron la vida ahora, ante falta de evidencia en torno a lo prometido.

El enredo parece ser tal, que hoy podrían pagarlo caro justos por pecadores, siguiendo con la linea argumental vinculada a lo mesiánico. El gran problema es que los malos de siempre esperan a pasitos del poder para quedarse con todo. Y no habrá Dios que ayude. Qué gran desilución.

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