¿Una pandemia de demencia?

Gabriel Conte
Gabriel Contehttps://gabrielconte.com.ar/
Soy Gabriel Conte, periodista. Fundé el diario Memo (memo.com.ar) en 2019. Creé y dirigí en los años ’90 la hoja de cultura El Comunero. Fui director de la revista Mendosat y durante 12 años trabajé como periodista, subdirector y luego director del portal MDZ, además de ser director de MDZ Radio. Mis primeros pasos en el periodismo los di en LV10 Radio de Cuyo. Mi programa «Tormenta de ideas» entrevistó a unos 30 mandatarios y expresidentes, premios Nobel y figuras destacadas del mundo, por Radio Nihuil. He colaborado con medios de Argentina y el extranjero.

Es muy probable que quienes lean estas líneas terminen repudiándolas bajo los efectos de lo que se puede diagnosticar como un nuevo síndrome, el de las «cabezas calientes». Resulta difícil abstraer cualquier reflexión promedio, sin pretensiones de agitar contra algo o alguien, de la reacción automática de los infectados: cuál zombies de cualquiera de las muchas series se lanzarán a deglutir lo poco de cerebro frío que quede con vida.

Es que resulta difícil hallar en el mundo -y no solo en Argentina, y quien sabe en aquellos países de los que poca de su verdad conocemos- capacidad de opinión individual «en frío».

Todo el mundo parece afectado por la reacción «en caliente». De hecho, lo demuestran las encuestas electorales. En Estados Unidos, ya se mide el nivel de ira como motor del voto. Donald Trump, por ejemplo, genera más bronca e ira entre los demócratas que Joe Biden entre los republicanos según el sondeo de The Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research. Se están midiendo emociones ante la falta de opiniones sobre los núcleos de ideas de uno u otro candidato, uno u otro partido. Los republicanos, de hecho, se han rendido ante la figura de su otrora outsider Trump. Condenado por la justicia y todo, ese demérito lo transforma en su mérito personal: ser un «perseguido» por la justicia y carece de partidarios, sino que tiene acólitos, que pueden odiarse a la vez entre sí debido a los matices que los diferencian, pero todos los odios juntos catalizan en la figura de Trump.

En España sucede algo similar y, en concreto, en la campaña presente para las elecciones europeas, el PSOE (socialistas) de Pedro Sánchez azuzan el miedo contra la derecha y la ultraderecha y no tienen empacho en pronunciar la palabra «zurdo» para pedir un voto de izquierda a su favor. Con ello, agrandan el «monstruo» de Vox, los ultras amigos de Javier Milei y que decantaron del PP que es el partido que ganó las últimas elecciones, pero que no consiguió gobernar (una situación que coloca a los ganadores como opositores y que resulta difícil de explicar).

De la Argentina no hace falta que hablemos demasiado. El kirchnerismo fue una expresión de «cabeza caliente» muy fuerte, al punto que desplazó a los «tibios» del peronismo tradicional a refugiarse en todo el resto de la política.

Una característica de los «infectados» por esta «pandemia» es que creen que los que no piensan como ellos, sobran. Eso convierte a la discusión pública en un campo de batalla en el que se da todo a matar o morir, sin que el triunfo de unos sobre otros termine dejando un triunfo para alguien: ¿qué han logrado cambiar en la vida cotidiana del país sus euforias a toda velocidad en sentido contrario?

Entre los «cabezas calientes» no es posible la reflexión: por el contrario, se impone la elección de un nuevo blanco para atacar no bien se termina con uno.

En la semana, el periodista Hernán Bitar nos contó en este diario y abundó en el programa radial «Tenés que saberlo» (lunes a viernes desde las 7 por Radio Jornada) que un informe de Pulso Research, de más de 2000 casos, dio cuenta de que el 71% de los relevados respondió que dejó de hablar en los últimos meses con familiares y amigos por motivos políticos. Y creen que vale la pena esa pelea. ¿Vale la pena? ¿Quién gana, quién pierde?

Es cada viejo prejuicio que se mantenía escondido, llevado ahora al estado de dogma y, con ello, en arma contra el que pretende razonabilidad al respecto o, directamente, contra quien se le opone. Se ensalza la presunta «locura» de los protagonistas de la política como un valor y no solo eso: se le trata de imitar, en versiones cada vez más degradadas y degradantes, sin pensamiento ni fundamentos, en un terraplanismo de todas las cosas que se extiende como si la vida fuese solo un reel de TikTok, Facebook o Instagram.

Es probable que algún día «los que queden en pie» puedan verlo con mayor claridad que los que están enceguecidos por la rabia, dementes (Definición de demencia: «trastorno de la razón», «locura»).

Mientras tanto, estamos perdiendo tiempo de vida, lo más valioso que tenemos y -por cierto- irrecuperable.

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