Los resultados de las PASO dejaron con alto impulso al activista anarcocapitalista. ¿Quién tiene derecho a quejarse?

El anarcocapitalista Javier Milei quedó proyectado en las elecciones primarias PASO como posible futuro presidente de la República Argentina. Un nuevo «yo no lo voté», como el que sucedió tras la elección de Carlos menem en 1989, se enfrenta en el país de la polarización a los que gritan, desaforados, que «yo sí lo voté». Es esta una expresión de descontento por un lado, pero a la que no puede quitársele la intención de que se apliquen las recetas que Milei ha venido vomitando en los paneles de los talk shows televisivos primero, y luego, en la escena política argentina.

En contrapartida, se escuchan las quejas, lamentos, predicciones horripilantes de quienes empiezan a dimensionar la posibilidad de que Milei ocupe temporalmente la Casa Rosada. En este punto, es necesario desdramatizar: demasiado drama ya hay en la Argentina con solo abrir los ojos, eso es grave y pasa ahora mismo.

¿Quién tiene la culpa -si se le puede calificar así, negativamente, a su impulso- de que Javier Milei pueda ser presidente? Ni más ni menos que los que militan el «no se puede», los mismos que engordan de capas geológicas de acomodados en la planta permanente de trabajadores estatales o bien, las nóminas de beneficiarios de algún subsidio a cambio de militar, conformando un ejército de gente que no tiene nada que ver con aquellos que, con el mismo «patrón», el Estado, sí deben hacerse un nudo para sobrevivir, día tras día, como enfermeros, médicos, docentes, policías, gestores públicos y otros estatales que efectivamente funcionan y honran su labor. Si se consiguiera que los otros los imitaran, tal vez resolverían con más rapidez y facilidad muchos de los problemas de funcionamiento cotidiano del país.

Los que acusan a Milei deberían, entonces, primero mirarse en el espejo y hacerse una serie de preguntas, empezando por indagarse sobre qué aportó individual o colectivamente a que todos vivamos mejor.

Lo que ven muchos como «drama» es solo y nada menos que una respuesta de la sociedad dentro del esquema y las reglas del juego democrático, ni más ni menos. La democracia no es buena porque «ganamos nosotros» o «pierden ellos»: es el mejor sistema conocido, en toda circunstancia. Y así, los votos obtenidos en un momento pueden subir o bajar en el siguiente turno electoral, que es la forma de corregir en forma masiva al sistema.

Sin embargo, se siguen apurando profecías apocalípticas, algo en lo que los argentinos nos hemos perfeccionado sin tener la capacidad de darnos cuenta de no se puede prender fuego al Infierno, sino que lo que habría que hacer, en todo caso, es echarle agua.

La clave que debería desclasificar el resto de la política, la que no quiere que Milei sea presidente, es ganarle, sumar confianza, abandonar la arrogancia, hacer dieta de apetencias personales y, por qué no, cambiar sus prácticas antes de querer cambiar las de los demás.

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