Por un lado, queda al descubierto un Alberto Fernández vil. Por otro, se caen caretas y disfraces: un hipócrita a la luz del dÃa. ¿Cuántos más hay?
Lo que estamos viendo que sucede en la Justicia en torno a la denuncia que le hizo Fabiola Yáñez a Alberto Fernández es probablemente el episodio más triste y nefasto de la democracia.Â
El último presidente argentino sale a la luz con una serie de episodios que permiten acusarlo de violencia de género contra su esposa. Por ello, se le ha prohibido salir del paÃs y dictado una medida perimetral, con prohibición de acercamiento.
Ya no es solo el sospechado de corrupción de negocios con los brokers de seguros, o el siempre errado analista de todas las cosas, aunque desmentido por el mundo, filmina tras filmina, durante la pandemia.
Está acusado de ser golpeador de su esposa.
Ya habÃa indicios de su impulsividad violenta: lo mostró al golpear a un jubilado en un restaurante y lo vimos todos, pero no se le dio importancia; se lo leyó en sus posteos en las redes sociales y se lo escuchó en discursos incomprensiblemente gritones.Â
Pero hay algo más: queda en evidencia una enorme hipocresÃa.
Alberto Fernández termina confirmando lo que muchos vemos en cierta dirigencia polÃtica que levanta banderas en público y las pisotea en privado, que habla de democracia y ejerce el autoritarismo, que derrocha recursos del Estado en propaganda sobre el feminismo y cuando nadie lo ve, irradia machismo.
Podrá haberse acusado de corrupción a gran parte de los expresidentes y estos, hecho sus descargos, zigzagueos judiciales y aplicado mañas al alcance de sus recursos para morigerar el impacto. Pero esta actuación judicial deja desnudo, sin sus disfraces, a un exponente mayúsculo del cinismo y la hipocresÃa. ¿Cuántos más hay?