La televisión muestra un nuevo enfrentamiento a raÃz de la distribución en Buenos Aires de las facturas de la luz. Anestesiados, no nos dimos cuenta de cómo y cuánto nos desclasaron.
Un oportuno comentario del periodista Andrés Gabrielli en Radio Nihuil, sobre la puja en torno a planes estatales de vivienda, fue suficiente para despabilarnos: ¿en qué momento nos entregamos, cual incapaces, a los designios ya no solo del Estado, sino de los gobernantes de turno, para poder tener un ascenso social? Gabrielli señaló algo que deberÃa ser de sentido común, pero que hemos escondido inconscientemente en un costado, distraÃdos (¿hipnotizados?) por una realidad que nos acosa por demasiados lados: lo lógico serÃa que nos pagaran bien por el trabajo y que con esos recursos compremos lo que necesitemos; inclusive, lo que deseemos, y no solamente esperar a ver qué quiere, puede o tienen para darnos desde el Estado. Pero además, como producto de una confusión más, el Estado ya no es tal, sino que fue apropiado por sectores polÃticos. Por lo tanto, los argentinos hemos quedado a un paso de la «libreta de racionamiento», ante la discrecionalidad de que quien sea el capo partidario decida si, según su criterio, merecemos o no recibir lo que ya pasa a ser «un favor». Al parámetro del mérito -hay que agregar a este análisis despabilador- lo han borrado del panel de opciones, por lo que lo único que hay que hacer es rendirse y arrastrarse ante los delegados que designa el poder polÃtico.
Como respuesta a la pregunta anterior, aquella en torno a cuándo fue que pasó, hay para decir que el clic se produjo cuando el poder adquisitivo se fue deteriorando y nadie hizo nada para revertir ese proceso. Todos especularon. Desde la polÃtica y la economÃa; desde la polÃtica y la sociedad. «Si les va mal a ellos, podemos ganar nosotros», pudieron pensar los opositores. Pero con eso nos fue mal parejo: a casi todos. En algunos casos, fue de golpe y por lo tanto, de pobres pasaron a indigentes; los de la clase media se hundieron en la pobreza y asà sucesivamente, hasta aceptar que alguien tenÃa que hacer las cosas por nosotros. Primero, apareció el «Estado Benefactor», y nos pareció apropiado tener su complemento, el que sumado a nuestro esfuerzo como trabajadores, nos permitió gozar de un nivel de vida aceptable, con muchos momentos de felicidad y esparcimiento. Pero luego la caÃda abarcó a más sectores. Fue entonces cuando muchos integrantes de las clases medias se sintieron atrapados: nunca antes habÃan pedido auxilio económico, mucho menos de alimentos o de subsidios para poder gozar de servicios tan básicos como tener electricidad en la casa.
Ahora asistimos a una nueva vuelta de rosca en la espiral descendente: la lucha de subsidiados contra no subsidiados. Otra fragmentación más que nutre al viejo y efectivo principio que indica que «quien divide, reina».
Hace algunos años pude entrevistar en su visita a Mendoza auspiciada por la Facultad de Ciencias PolÃticas y Sociales de la UNCUYO a Ernesto Laclau, el creador del populismo al que se lo tildó «de izquierda», pero no era más que llevar a las prácticas del peronismo a instancias internacionales, en sustitución del marxismo, cuyo fracaso se selló con la caÃda del Muro de BerlÃn, además de la verificación de los casos sobrevivientes. El intelectual argentino habló de la «latinoamericanización de Europa» y tuvo razón. Alimentó ideológicamente al kirchnerismo en sus inicios, «apurándolo» de algún modo, para que aplicara con más fuerza su teorÃa de la fragmentación.
Entonces nos enfrentamos hombres con mujeres, habitantes de ciudades con campesinos, promineros con ambientalistas, etc.
Esa fragmentación metida en un mismo bloque con alto impacto social permitió triunfos polÃticos como el de Gabriel Boric en Chile, por ejemplo, o de Pedro Castillo en Perú. Pero apenas arribaron al poder, las contradicciones transformaron a cada fragmento en un gato peleando dentro de la misma bolsa. Y asà les va/fue.
Hoy el que decidió no anotarse para el subsidio de la electricidad, haciendo valer sus valores de formación o educación, ya que considera que tiene trabajo y que no merece ser asistido por el Estado/Gobierno, ve cómo aquellos que se adhirieron, sea porque les «correspondÃa», de acuerdo a la distribución de beneficios de la temporada polÃtica o bien, los que se colgaron haciendo práctica de la viveza criolla, no la cuidan y «enchufan y desenchufan a sus anchas», como dijo una señora en la televisión porteña.
Se inaugura un nuevo capÃtulo del desclasamiento argentino. Y si no estamos adormilados, nos podremos dar cuenta. Y tal vez, hasta combatirlo.